Las ejecuciones en la Plaza de la Cebada en la leyenda negra de Madrid

Viéndola hoy tan llena de vida, es difícil imaginarse cómo en los siglos XVIII y XIX la Plaza de la Cebada era uno de los lugares más siniestros de Madrid. Aquí se celebraban las ejecuciones públicas de la capital, con la gente jaleando y las campanas tocando a muerto. Ejecución tras ejecución, crecía su leyenda negra.

La Plaza de la Cebada, situada en el madrileño barrio de La Latina, es una de las más antiguas de Madrid. Vibrante y cosmopolita, esconde sin embargo un pasado siniestro como lugar de ejecución pública de la Villa, que alimenta la leyenda negra de Madrid. 

Plaza de La Cebada

Durante la Inquisición, en el siglo XV, la Plaza de la Cebada fue el escenario donde se quemaba y torturaba a brujas y herejes. Después llegó un periodo de calma. Allí era donde se separaba la cebada destinada a los caballos del Rey de la de los regimientos de caballería. Los agricultores vendían sus cereales y legumbres en torno a su fuente, la más importante de la Corte. Sin embargo, todo cambió cuando en 1790 se decretó como el lugar perfecto para las ejecuciones públicas.

De la Plaza Mayor a la de la Cebada

La Plaza Mayor, por ser la más grande de la Villa, era el lugar donde habitualmente se celebraban las ejecuciones. Pero en la madrugada del 16 de agosto de 1790 se declaró allí un pavoroso incendio, que se prolongaría durante nueve días, destruyendo más de 50 casas. 

Dos días más tarde del comienzo del incendio estaba previsto el ajusticiamiento de Juan Pablo Peret. El cirujano francés había intentado matar dos meses antes al Conde de Floridablanca apuñalándole al grito de “¡muere, traidor!”. La ejecución no se suspendió por el incendio, pero se decretó que fuera en la Plaza de la Cebada. Como ateo convencido, Peret no quiso la extremaunción y no fue enterrado en el cementerio, sino en el arroyo Abroñigal.

Plano Teixeira  Plaza de la Cebada
Detalle plano de Plano Teixeira
Cómo eran las ejecuciones

Las ejecuciones en la Plaza de la Cebada, eran un espectáculo público. La víspera anterior se colocaba en el centro de la plaza el patíbulo, para que el instante fatídico pudiera verse bien y fuera ejemplarizante. 

Los condenados eran de todo tipo de clase y condición. Se sacaba al reo desde el Palacio de Santa Cruz, entonces convertido en la cárcel de la Corte, por el callejón del Verdugo y se le conducía por la calle Concepción Jerónima. En muchas ocasiones era transportado en un serón arrastrado por un borrico, con la cara tapada. Los hermanos de la Paz y la Caridad le sostenían durante todo el camino, y le ayudaban en sus últimas plegarias.

Se hacía un silencio cuando el reo llegaba a la plaza, abarrotada de gente, y cuando llegaba la hora de la muerte las campanas de las iglesias de San Millán y Nuestra Señora de Gracia tocaban para comunicar que la muerte ya se había producido.

El ajustamiento del General Riego

Violadores, asesinos, ladrones y presos políticos fueron ajusticiados en la Plaza de la Cebada, especialmente desde 1805. Entre los más conocidos se encontraba el General Riego. Este político progresista luchó en la Guerra de la Independencia contra los franceses pero que pagó cara su oposición a Fernando VII. 

Ejecuciones Plaza de la Cebada

Riego murió ahorcado el 7 de noviembre de 1823. Cuentan las crónicas de la época que llegó con la cara tapada por un gorrete negro, besando una estampita entre el abucheo de las masas. Su llanto era tan contundente que conmovió a los presentes. Pero después de muerto, fue decapitado y se dice que  los presentes jugarón al fútbol con su cabeza

Otros ajusticiados

En la Plaza de la Cebada también tuvieron lugar las ejecuciones del general San Miguel y del policía García Chico. Luis Candelas también murió aquí al garrote vil, en 1837. Entre los criminales y delincuentes comunes abundaban también los presos políticos que habían tenido desavenencias con el poder establecido.

La utilización de la Plaza de la Cebada como patíbulo terminó en el momento en que el marqués viudo de Pontejos trasladó las ejecucionesa las afueras de la Puerta de Toledo en 1834. La plaza del barrio de La Latina recuperaba así su ritmo habitual como lugar de venta y encuentro entre viajeros.  

‘El reo de muerte’ por Larra

Describe Mariano José de Larra, en su artículo ‘El reo de muerte’, el sentimiento generalizado de quienes pasaban por la plaza en esa época: “No sé por qué al llegar siempre a la plazuela de la Cebada mis ideas toman una tintura singular de melancolía, indignación y desprecio. ¿Un ser cómo el hombre no puede vivir sin matar?

Fuente de la abundancia Plaza de la cebada
Fuente de la abundancia. Plaza de la cebada

También alude Larra al instante exacto en el que el reo muere: “Miro el reloj: las doce y diez minutos; el hombre vivía aún. De allí a un momento una lúgubre campanada de San Millán, semejante al estruendo de las puertas de la eternidad que se abrían, resonó por la plazuela; el hombre no existía ya. Todavía no eran las doce y once minutos. La sociedad, exclamé, estará ya satisfecha; ya ha muerto un hombre”.

Durante la época de Fernando VII rara era la semana en la que no se instalaba un patíbulo improvisado para realizar ejecuciones en La Plaza de la Cebada. Cuando los madrileños oían las campanas ya sabían que había un hombre menos sobre la faz de la tierra. 

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