La Cuesta de los Ciegos salva el desnivel existente entre la calle Segovia y la calle de la Morería. Lo que antes fue un pronunciadísimo barranco hoy es una bonita y poco transitada escalera, compuesta por 254 escalones, que esconde un misterioso túnel en su subsuelo.
Viendo el desnivel existente entre la calle de Segovia y la plazuela de la Morería, a los pies de las Vistillas, es fácil imaginar el barranco que separaba antaño estas dos zonas del barrio de La Latina. Esta ladera ya aparece, aunque sin nombre, en el plano de Texeira de 1656. En el de Espinosa, un siglo después, ya se nombra como “La Cuesta de los Ciegos”, aunque por entonces muchos madrileños la conocían simplemente como “el barranco”.

Tan pronunciado era el desnivel del terreno que Francisco de Quevedo habla de él en su burlesca Guía de los Hijos de Madrid y la Sanidad y la Moda, llamándolo “paraje del desengaño”. Si nos queremos hacer una idea más precisa, en el Restaurante Sobrino de Botín hay un cuadro, realizado en los años 50 por Pierre Schild, que lo refleja fielmente.
La historia de su nombre
Dicen que la Cuesta de los Ciegos se llama así porque en el siglo XVIII habitaban allí algunos músicos ciegos que vivían muy humildemente y se dedicaban a pedir limosna. Sin embargo, los madrileños prefieren creer que el nombre se debe a un milagro de San Francisco de Asís.

Cuenta la leyenda que tras hacer el Camino de Santiago el santo se quedó a vivir algún tiempo en Madrid tras fundar el cenobio que luego llegaría ser la Real Basílica de San Francisco el Grande. Un día de 1214, san Francisco volvía de entregar unos peces al prior de San Martín, quien por el detalle le regaló un cántaro con aceite. De regreso a su casa unos ciegos le pidieron limosna y él decidió compartir con ellos su aceite. Pero antes de entregárselo se lo untó en los párpados. Los invidentes recobraron la vista y el milagro dio nombre al lugar.
A la cuesta también se le conoce de manera popular como la del Arrastraculos. Cuando no había escalera en el barranco era común que los vecinos que querían descender por él se agacharan por seguridad. Además, los niños jugaban en el terraplén, usándolo a modo de tobogán natural. De ahí que los madrileños le bautizaran con tan singular nombre.

Lugares de interés
Al pie de la Cuesta de los Ciegos hay una pequeña plazuela donde se construyó un caño de vecindad. La conocida como Fuente de la Cuesta de los Ciegos se colocó en este lugar, al igual que la escalera de granito, en una reforma urbana que tuvo lugar a comienzos de la Segunda República.
El pilón de la fuente era redondo, con un cuerpo central construido en granito sobre una base de piedra blanca de Colmenar. Como curiosidad, el escudo de Madrid, situado en dos de sus extremos y también de piedra, pertenece a la época republicana. Por ello, en vez de llevar corona lleva una almena, y a sus lados aparecen el dragón, el oso y el madroño. Un símbolo que, curiosamente, permaneció inadvertido durante los años del franquismo. En cualquier caso, la fuente actual es una réplica de la original, sustituida por su deterioro, y su función es puramente ornamental.

Con la Guerra Civil se produjo un parón de las obras de la escalinata, que se retomaron en 1949 bajo un diseño de Manuel Herrero Palacios. Después llegaría la especulación urbanística que llenó de casas en el entorno de la ladera. Con el tiempo las viviendas se derrumbaron y la zona se ajardinó, quedando como testigo una de las escalinatas más bonitas y con más encanto de Madrid.
Subsuelo medieval
La Cuesta de los Ciegos esconde un secreto en su subsuelo. Se trata de un conjunto de pasadizos o galerías de alcantarillado de ladrillo enfoscado, que formaban parte de un entramado más complejo. Se cree que estas construcciones subterráneas comunicaban el Palacio Real con importantes edificios como la Academia de Ingeniería de la calle Don Pedro.

Por el pasadizo secreto de la Cuesta de los Ciegos, que discurre siguiendo el trayecto de la vieja muralla, aún pasa agua limpia. Sus medidas, con cerca de dos metros de altura y algo más de un metro de ancho, sugieren que no es un túnel cualquiera. Hay expertos que piensan que este tipo de galerías, además de servir de alcantarillado, servían para acceder o salir de la Villa sin ser visto.
Ya en el exterior, son muchas las personas a las que les da pereza subir la bonita escalera de la Cuesta de los Ciegos. Quien se anime encontrará escalones de no gran altura, bancos para descansar mientras se realiza el esfuerzo y unas preciosas vistas de Madrid. Solo por esto merece la pena subirlos.