La Plaza del Arrabal: cuando aún no existía la Plaza Mayor

Lo que hoy es la Plaza Mayor de Madrid antiguamente fue la Plaza del Arrabal, un lugar caótico situado fuera de los muros de la ciudad, donde mercaderes, artesanos y compradores se daban cita cada día. 

En los límites del barrio de La Latina de Madrid se encuentra la Plaza Mayor. Sus orígenes hay que buscarlos en la Laguna de Luján, que al desecarse da lugar a la Plaza del Arrabal, la precursora de la que años después sería la plaza más popular de Madrid.

La Plaza del Arrabal comenzó a llamarse así porque en sus orígenes estaba situada cerca del arrabal de Santa Cruz, fuera del recinto amurallado que protegía la ciudad. Su proximidad a la puerta de Guadalajara, en la confluencia de los caminos de Toledo, Atocha y Alcalá la convertían en un lugar muy concurrido.

Mercado de gremios 

Aprovechando la encrucijada de caminos no tardó en formarse un mercado que fue creciendo sin ningún orden, en un terreno irregular. Cada día se colocaban unos modestos puestos junto a las casas de las familias que vivían en la zona. Prácticamente todos los vecinos que vivían allí eran artesanos de diferentes gremios y comerciantes, mucho de ellos judíos.

El motivo por el que los comerciantes comenzaron a concentrarse en esta zona hay que buscarlo en los impuestos. Si se vendía fuera del recinto amurallado se evitaba el portazgo, la tasa comercial a la que estaban sujetos los comerciantes de la ciudad. De esta manera, las mercancías que se vendían en la Plaza del Arrabal eran mucho más baratas, lo que atraía compradores procedentes de las cercanías. 

En poco tiempo esta plaza de trazado irregular, que seguía creciendo hacia lo que hoy es el barrio de La Latina, se había convertido en el mejor lugar para comprar aceite y vino. Y todo ello en detrimento de otros lugares donde también se desarrollaba una actividad comercial, como la Plaza de Puerta Cerrada.

Fachadas con soportales

En el año 1463, Enrique IV, hermano de Isabel la Católica, concede a Madrid el privilegio de celebrar una feria mensual. El lugar elegido para este evento popular fueron los alrededores de la iglesia del Salvador, pero pronto la feria fue trasladada a la Plaza del Arrabal, siempre concurrida. En esta época Madrid no sobrepasaba los 5.000 habitantes

Al adquirir mayor notoriedad, poco a poco fueron construyéndose nuevas viviendas que limitaban la Plaza el Arrabal. Inmuebles que fueron ennobleciéndola y dándola un aspecto más urbano que de descampado. La primera vecina que decide introducir un soportal elaborado con columnas de granito en la fachada de su casa fue Mari Gómez. Su construcción se encarga al alarife y maestro mayor de obras Antonio Sillero. El resultado fue tan impactante que el Ayuntamiento sugiere aplicarlo al resto de viviendas de la plaza. Este hecho da lugar a la construcción de los soportales típicos de la Plaza Mayor.

Mejoras para la plaza

Fue en 1494 cuando, bajo el Gobierno de los Reyes Católicos, la Plaza del Arrabal comenzó a regularizarse, tanto en materia de vivienda como en el aspecto comercial. Pero fue la decisión de Felipe II de transformar a Madrid en la capital de su imperio, en 1561, la que sin duda dio a esta plaza el mayor impulso. 


Cuando Felipe II tomó la decisión, la plaza no estaba del todo presentable. La entrada en Madrid el 26 de noviembre de 1570 de la que será futura mujer del rey se organiza a través de calles engalanadas para la ocasión. La comitiva nunca llegó a pasar por la Plaza del Arrabal.

El impulso definitivo

En pocos años, sin embargo, la Plaza del Arrabal pasó a convertirse en el centro neurálgico de la vida madrileña. Del mercadillo inicial, sin control ninguno, se pasó al mercado de abastos. Y de ahí a ser lugar de celebraciones reales, actos religiosos, autos de fe y ejecuciones públicas. El espacio de la plaza fue remodelado para que fuera cuadrado y el arquitecto Juan Gómez de Mora, uno de los mejores alumnos de Juan de Herrera, fue el encargado de realizar los trabajos

Se homogeneizaron los criterios de diseño, las alturas de las casas, el aspecto de las fachadas de los edificios, los materiales constructivos, los colores y los salientes de los balcones. El alarife Antonio Sillero volvió a trabajar en las viviendas, junto con su sobrino Diego Sillero. Se estaban asentado las bases de lo que años después sería la Plaza Mayor, uno de los lugares más emblemáticos de Madrid. 

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