En el año 1893 el restaurante Malacatín era una pequeña tienda de vinos. Hoy, más de un siglo después, su cocido está entre los mejores de Madrid. Se sirve al estilo tradicional, en tres vuelcos y con babero. Para sus dueños, la calidad y el buen trato al cliente son la clave del éxito.
Para conocer la historia de Malacatín hay que trasladarse al Madrid de finales de siglo XIX. Julián Díaz, procedente de Horcajo de Santiago (Cuenca) llega a la capital con una maleta y muchos sueños. Comienza a trabajar como mozo de los recados en un pequeño negocio de bebidas. Dos años más tarde abriría una pequeña tienda de vinos en la calle de la Ruda nº 5, en pleno barrio de La Latina.
Doce hijos
La tienda no tenía agua ni luz. A las seis de la mañana Julián la abría, alumbrada por faroles de aceite, y comenzaban a llegar los clientes. Faroleros, traperos, panaderos y albañiles se daban cita tras la barra para tomar una copa de aguardiente, un licor de hierbas o un ‘suave’que les hiciera entrar en calor.
Julián conoció a María y con ella tuvo doce hijos. Vivieron primero en la trastienda del local y después se mudaron al piso de arriba. Todos los hijos ayudaban en el negocio familiar y como eran diez hermanas la tienda comenzó a ser conocida como la de “las chicas”.

El nombre del local
El negocio familiar iba viento en popa, siempre animado por la simpatía con la que se atendía a los clientes. Las puertas estaban abiertas a todo el mundo, incluso a ese mendigo que, guitarra en mano, amenizaba con una canción a los clientes a cambio de un chato de vino. Entre las estrofas que cantaba había una que decía “Tin, tin, tin, Malacatín, tin, tin”. A Julián le hacía gracia y le invitaba a un trago a cambio de la melodía. La gente comenzó a conocerle como “Julián, el de Malacatín”.
Florita, la menor de las hijas, se casó con Isidro, un leonés que conoció en la taberna. Ambos se hicieron cargo del negocio familiar. En los años 50, una vez superadas las penurias de la posguerra, el local fue registrado con el nombre de Malacatín
Cocina casera
Florita e Isidro tenían un carácter emprendedor. Ampliaron el negocio sirviendo cocina casera. El menú del día, a precios populares, y lo rico que cocinaba Florita eran la mejor carta de presentación del negocio.
Un día comenzaron a servir cocido, como lo hacían en casa: abundante y rico. Con chorizo de León, morcilla de Asturias y garbanzo de Zamora. A los clientes les encantó. Se convirtió en especialidad de la casa y cogió fama por todo Madrid. La gente lo quería así: al estilo Malacatín.

Cuatro generaciones
Conchi, la única hija del matrimonio, cogió el testigo de la cocina del restaurante. Años más tarde se lo cedería a su hijo José Alberto, cuarta generación familiar al frente del negocio. La esencia sigue hoy siendo la misma: ingredientes de calidad y un excelente trato al cliente. El secreto del éxito de un negocio centenario que ha sabido mantener su ambiente castizo.
El restaurante está decorado con un llamativo friso de azulejos esmaltados a media altura y paredes decoradas con motivos taurinos. Un ambiente tradicional que aporta solera a este templo gastronómico.

Especialidades de la casa
En la mesa de Malacatín se dan cita hombres de negocio, familias, amigos y turistas. Conviene reservar, porque el local está siempre lleno. Cuando atraviesas la puerta de entrada, encuentras una barra de bar donde tomar un buen vino. Existen raciones, degustaciones, medias raciones y conservasa elegir. Entre ellas destacan la pringá de cocido, los tradicionales callos, el pisto manchego, el bacalao con tomate o las albóndigas caseras.
El cocido, sin embargo, sigue siendo el plato estrella. Se toma en tres vuelcos, como manda la tradición, y a prueba de apetitos voraces, con piparra al vinagre, sopa de fideos, garbanzo de castilla, repollo, patata cocida, tomate tamizado, tocino de veta, chorizo de león, morcilla asturiana, codillo ibérico, gallina al puchero, morcillos de ternera y manitas de cerdo.
También existen platos a la carta, como arroz con boletus, chuletillas de cordero, lomo de salmón con una reducción de naranja, bacalao confitado o solomillo de ternera con salsa al vino tinto.
De postre, natillas con canela y bizcocho, sorbete de limón o mandarina, leche frita con reducción de Pedro Ximénez, tarta de queso con base de galleta y coulis de fresa, entre otras exquisiteces.