Madrid tiene lugares sorprendentes y uno de ellos es el restaurante La Antoñita, perteneciente al hotel La Posada del Dragón. Aquí se puede comer en la sala principal, donde antaño se hacía el jabón, o en el patio de una corrala del siglo XIX. Lugares plagados de historia donde el pasado toma tanta fuerza como la propia cocina.
El Restaurante La Antoñita se encuentra en el número 16 de la Cava Baja, en pleno barrio de La Latina. Es un restaurante plenamente integrado en La Posada del Dragón, que junto con el bar Dragónate forman parte de un proyecto urbanístico que vio la luz en 2011.

Para conocer el pasado de La Antoñita, sin embargo, tenemos que remontarnos mucho tiempo atrás. En el siglo XVI, el local era una antigua fábrica de jabón totalmente artesanal. En un guiño al pasado, todavía se conserva un precioso pilón de piedra. Antes se fabricaba en él el jabón y hoy se ha transformado en un original lavabo.
Los vestigios históricos se pueden observar por todas partes. Si se decide comer en el patio de la corrala solo tendremos que mirar arriba para ver las galerías que daban acceso a las viviendas. Y si reservamos el espacio denominado La Despensa solo con mirar hacia abajo podremos contemplar la antigua muralla cristiana del siglo XII, que atraviesa el local de punta a punta.

Un lugar donde disfrutar
Hace siglos, en el edificio contiguo se recibían a arrieros, ganaderos y comerciantes, que buscaban un lugar donde pernoctar. Siguiendo la tradición, La Antoñita recibe hoy a quien va buscando sabores de antaño pero con platos renovados. Una cocina de calidad y con productos de temporada.
En el restaurante, aparte de poder casi masticar la historia, también podemos encontrar una amplia carta pensada para ser disfrutada al máximo. Por eso, no es difícil encontrar aquí tanto a amantes de la gastronomía como a fanáticos y curiosos de los lugares históricos. Ambos comparten mesa con mantel de cuadros blancos y rojos, y la seguridad de saber, incluso antes de empezar, que la experiencia merece la pena.

La máxima del local es “llenar el estómago sin vaciar el bolsillo”. Para ello preparan cada día platos elaborados con mimo. Una cocina de mercado, de la de toda la vida y con raíces madrileñas, aunque con un toque de originalidad.
Las especialidades de la carta
No falta la ensaladilla rusa, con una receta original rescatada de 1864. Hay quien prefiere las croquetas de jamón ibérico o los chipirones encebollados. También resulta muy original el crujiente de rabo de toro, cocinando a fuego lento durante más de ocho horas y servido en rollitos con un parmentier de patata.

Los gambones al ajillo se acompañan de pan chino y los callos a la madrileña están hechos “con todo el morro”, como indica la carta. Para los que gustan a la gastronomía más moderna, costillas de cerdo, cocidas a baja temperatura y muy tiernas. Se acompañan de salsa barbacoa y chutney de piña
Entre los platos preferidos del público está la colección de tomates marinados con cinco variedades, el secreto ibérico con guacamole y las mollejas de ternera braseadas con manzana y mostaza.

Sorpresas constantes
Sin embargo, lo mejor llega a la hora del postre. El Jabón La Antoñita se asemeja a una pastilla como las que antiguamente se elaboraban en el local. Es de chocolate blanco y tiene un ligero apunte de violeta, y se sirve con una espuma de lima-limón.

Quizá un cartel situado a la entrada de la Posada del Dragón pueda explicar la sorpresa del restaurante La Antoñita. “Madrid tiene el rincón inesperado. La variedad. El contraste. La animación contante. Y sus costumbres. Vale la pena levantarse temprano, por una sola vez, para vivir un día la vida de Madrid”.